In Crescendo

Un tableteo in crescendo provocado por las gotas de lluvia que incansables impactan contra el cristal de la ventana; un relámpago que acompañado de su respectivo trueno ilumina las calles aledañas cimbrando la cristalería: presagiando una noche de fuerte lluvia. Quizá solo una tormenta pasajera.

Parsimoniosamente un hombre toma objetos de la mesa metiéndolos en una mochila la cual ha visto mejores días y un sinfín de correrías. Un par de calcetines, una barra de desodorante, cepillo de dientes y dentífrico, una playera y gorro para el frío, cargador y cable de corriente así como una batería recargable para emergencias. Tras la preparación de aquel modesto equipaje que pende ya del hombro prepara un termo con café pues presagia una noche larga. Termina la preparación de la bebida y un nuevo relámpago ilumina el cielo; es cuando se encamina hacia el mueble junto a la puerta y de uno de sus cajones extrae un folder con papeles, toma la mochila del hombro para colocar esté dentro de ella no sin antes realizar una revisión previa de su contenido “Hospital de nuestra Señora de la Buenaventura” reza el encabezado de aquel montón de hojas engrapadas.

Tras cerrar la mochila con todos los objetos necesarios dentro, gira sobre su propio eje y mira al hombre que esta tras de él ocupando uno de los sillones de la casa: ambos se miran durante un instante que se antoja imperecedero; el hombre del sillón se pone en pie y se abalanza sobre el hombre de la mochila quien a ojos vista es por mucho más joven que él; lo toma entre sus brazos y le acerca con fuerza así si: le entrega un abrazo en el cual va incluido todo el amor que puede depositar al no poder expulsar una frase de aliento pues algo dentro de él se está quebrando. Tomando fuerza lanza el nudo que en su garganta se intenta formar consiguiendo articular un sosegado “suerte”. El hombre joven responde con un abrazo igual o más fuerte aún, que el propinado por el hombre viejo y revira con un “gracias” para después retirarse. El hombre joven se enfila hacia la puerta, toma las llaves del auto que como silentes testigos esperan en un cenicero. El hombre del sillón; quien se ve solo un poco más cansado que aquel que se está retirando se queda de pie en medio de la sala escuchando como los pasos del hombre joven se pierden al bajar por el cubo de la escalera. Al ya no escuchar aquellos pasos presurosos, el hombre viejo se coloca junto a la ventana para ver como el hombre joven que se aleja es empapado, como si fuera bendecido por la lluvia que cae; ve como coloca la mochila en el asiento trasero del auto para después ocupar el lugar del conductor. A su lado, una mujer con el vientre claramente abultado reposa con un rictus de dolor; el hombre joven empleando la mano derecha acaricia con amor el vientre de su esposa para acto seguido depositarle un beso en la mejilla.

Se encienden las luces del auto y éste se pone en marcha, se aleja perdiéndose de a poco en la lluvia; el hombre viejo se aparta de la ventana, un nuevo relámpago ilumina todo el vecindario cuando el viejo llega al refrigerador para tomar una cerveza; ya con cerveza en mano se deja caer nuevamente sobre el sillón: observa el reloj de pared colocado a un costado de la mesa del comedor el cual hace años fue un regalo que él, realizo a su esposa al tiempo que se dice así mismo “Aequam memento rebus in arduis servare mentem”.

La lluvia no amaina, unas potentes luces se avecinan contra él, las luces de un camión de treinta y seis toneladas que está por embestirlo. Esa es la imagen que El Hombre Gris ve en la mente del hombre joven que se aleja junto con su esposa en un auto compacto a la espera de su primer hijo. El gris intenta comprender la imagen, su simbología. ¿Una mole que golpea la cual guarda el significado de la paternidad? ¿El miedo a lo que viene? ¿Miedo a todo aquello que se tiene que afrontar? ¿Miedo al fracaso? Quizá decir ¡no puedo más, que otro tome las decisiones para continuar! Ese miedo que lleva a la renuncia, al olvido, al abandono.

Miedo siempre presente en el ser humano recuerda el gris. Más no todos los padres son malos así como no todos son dignos de ser recordados. Paternidad es una palabra que se diluye como la tiza en la lluvia: que pierde fuerza debido a las propias pasiones de quienes la intentan ostentar.

La lluvia amaina; el relámpago y el trueno se alejan para recordar en otras latitudes el miedo de ser parte de la raza humana. El Hombre Gris se alza sobre los charcos, vuela sobre los callejones, se eleva para desde lo alto apreciar aquel barrio, intentando alcanzar aquel auto compacto para cerciorase de que llegue a su destino.

Nunca se sabe: quizá aquel pequeño auto sea conducido por un hombre bueno.

Deja un comentario